// B8 - Empatía y lo sub-humano - nociones de (des)humanidad en "Sueñan los androides con ovejas eléctricas?"

Empatía y lo sub-humano



En Sueñan los Androides con ovejas eléctricas, Phillip k. Dick presenta a la humanidad en el año 1992 después de un evento cataclísmico detonado por la Guerra Mundial Terminus a mediados del siglo 20. En ella, la civilización humana ha escapado de la tierra, habitando ahora varios mundos alrededor de la galaxia. El planeta se encuentra al borde del colapso, acosado constantemente por nubes de polvo radioactivo, extinciones masivas han diezmado la población animal, dejando tan sólo una cantidad minúscula de ejemplares de algunas especies, ahora consideradas posesiones de lujo. Las pocas áreas habitables del mundo aún contienen ciudades y gobiernos estructurados.


La vida al exterior del planeta es considerada una de lujo, sin embargo no es una a la que todos puedan acceder. Sólamente los humanos genéticamente puros y cuya inteligencia exceda un cierto umbral establecido tienen la oportunidad de abandonar el planeta para buscar nuevos horizontes. Uno de los incentivos ofrecidos para atraer gente a la vida en las colonias es la oferta de un Androide, completamente gratuito.


Los androides son seres artificiales; en todos los sentidos idénticos a un ser humano, sin embargo carentes de humanidad en sí misma. Distintos modelos presentan niveles más y más avanzados de inteligencia artificial, siendo los Nexus-6 los más innovadores, virtualmente imposibles de identificar como no humanos sin la ayuda de aparatos y pruebas cognitivas bastante complejas. Para todo uso práctico, los androides son considerados sub-humanos dentro de la sociedad; su papel es aquel de esclavos, sirvientes y -en casos de nula legalidad- trabajadores sexuales. El rol del androide es servir a su dueño, un pasaje del libro menciona cómo en propaganda es anunciado que un androide puede proveer a un individuo de las comodidades disfrutadas antes de la guerra civil, en clara alegoría al esclavismo negro durante la historia de los EUA.


El androide es un ser inferior al humano. Generalmente no se les considera siquiera seres vivos, son herramientas, no humanos. Al menos en la versión en inglés del libro, los personajes androides son referenciados como un “ello”, carente de identidad ó valor intrínseco.


La tierra es un planeta libre de androides, sin embargo, es relativamente común que un androide busque su libertad; asesinando a sus dueños y huyendo a la tierra asume una nueva identidad, buscando vivir en incógnito su propia vida. Sin embargo, es ilegal que unn androide exista en libertad, la existencia de éstos prófugos es considerada peligrosa, por lo tanto son cazados por cazarrecompensas, empleados por los departamentos de policía locales. A la acción de matar a un replicante no se le conoce como asesinato, se le llama retiro, y dentro del sistema legal de la tierra no cuenta como homicidio ni es ilegal, mientras el androide carezca de dueño, tenga una orden de retiro y su existencia artificial sea demostrada con las pruebas pertinentes. 


Después de la gran catástrofe, el planeta vive una necesidad incrementada de empatía, lo cual con el tiempo se convierte en una religión, el Mercerismo, en la cual sus seguidores se vinculan a un aparato de realidad virtual mediante el cual pueden conectarse empáticamente con otros seguidores así como con su líder, el misterioso profeta Mercer. En contraste directo, los androides carecen absolutamente de empatía; sus cerebros artificiales no pueden procesar la otredad, de manera que, a menos que la ley lo indique, no sienten sensación negativa alguna al presenciar actos de crueldad contra otro ser vivo. Ésta falta de empatía es la debilidad de todo androide, pues por medio de tests como el de Voight Kampff se pueden observar las reacciones tanto fisiológicas como psicológicas de un individuo y determinar su naturaleza.


El protagonista de la novela es Rick Deckard; un cazarrecompensas empleado por la policía de San Francisco. Un hombre frío, el cual carece de muchas motivaciones en la vida, sumergido en un matrimonio monótono, su mayor deseo es poder conseguir un animal real como mascota, pues la oveja electrónica que posee no le provee de ningún placer, al ser una posesión de menor estatus. Como cazarrecompensas, Deckard tiene un salario bastante bajo, situación intencionalmente creada por el departamento, pues al mantener a sus agentes al margen de la pobreza, garantiza mayor eficiencia en el retiro de androides, pues cada uno de ellos posee una recompensa de mil dólares. Deckard es una herramienta del sistema policiaco; un hombre cuyo oficio es asesinar de manera impune a aquellos considerados inferiores por el estado, para así poder comprar cosas que la sociedad considera dignas de alguien de alta categoría.


El rol de los animales es uno muy importante en la narrativa. Considerados posesiones de lujo, existen guías y leyes para su compra, venta y cuidado. Dada la extinción de muchas especies, un animal -por mundano que hoy nos parezca- es increíblemente difícil de conseguir, por lo que hay compañías dedicadas a fabricar animales robóticos de distintos grados de calidad para permitir a aquellos que no pueden costear uno real vivir en la pretensión de ser dueño de uno. Poseer un animal artificial es considerado de baja categoría, por lo que los dueños de éstos (Como Deckard, por ejemplo), tienen que pretender que se trata de uno real o arriesgar la burla y el desapruebo de sus vecinos. 


Es un paralelo interesante el que se dibuja entre los replicantes y los animales eléctricos; ambos considerados inferiores, descartables, símiles creados tan sólo para el placer y la comodidad humana. El mismo Deckard confiesa cuidar de su oveja eléctrica tan sólo por convención social, tomando cada oportunidad posible para desesperadamente cotizar y buscar maneras de adquirir un animal real y de alta categoría, llegando a considerar dejarse sobornar y hasta  endeudarse por varios años para adquirir uno. Cuando a Deckard se le avisa que su compañero se encuentra incapacitado en el hospital y se le ordena cazar a seis androides prófugos, es su desesperada búsqueda por comprar un animal la que lo motiva a hacer su trabajo, pues los 6,000 dólares de recompensa representan un jugoso adelanto para empezar a pagarlo.


El trabajo de Deckard se ve interrumpido cuando descubre que uno de los androides que se le ha ordenado matar vive de incógnito como una cantante de ópera a quien él admira mucho. Previo a éste momento, Deckard no considera que los androides sean seres vivos, sin embargo, la realización de que alguien a quien él consideraba humano y hasta admiraba es también uno de ellos representa el inicio de una crisis filosófica y ética para él. Tras la muerte de ésta androide a manos de otro cazarrecompensas -quien cabe mencionar, parece incluso encontrar placer en el acto de retirar androides- Deckard finalmente entiende que ha desarrollado empatía por ella, en contra de todo lo que la sociedad y su trabajo lo presionan a sentir. De repente los androides se convierten en algo más que máquinas.


Paralela a la historia de Deckard, está la de Isidore, un hombre a quien se le ha considerado mentalmente incapaz y por lo tanto vetado de salir del planeta, condenado a conducir un transporte para un hospital de animales mecánicos y vivir a solas en un edificio abandonado. El cotidiano de Isidore se ve interrumpido con la llegada de Pris, una androide fugitiva que se refugia en su edificio y de quien rápidamente él se enamora. Si bien, Isidore es humano, su falta de capacidad intelectual lo relega a una casta inferior de la humanidad, donde le es imposible poder ascender o aspirar a nada; su futuro carece de cualquier oportunidad y él se resigna a ver televisión en su departamento en ruinas mientras no esté trabajando. Pris representa un rompimiento en la estructura de su vida, ambos siendo menos que un humano ante los ojos de la sociedad. Uno limitado por su inteligencia, la otra por su naturaleza. Isidore decide proveer refugio a atención a Pris, aún después de -con mucho trabajo- descubrir que ella es un androide y buscada por la policía. 


Cada uno de los dos personajes centrale se ve involucrado en un conflicto con su propia humanidad en relación con la posibilidad de que un androide sea más que tan sólo un objeto. De repente, al descubrir que hay más que las ideas socialmente aceptables, su mundo comienza a caer a pedazos; Deckard comienza a desarrollar sentimientos encontrados con su oficio, al considerar a los androides como seres vivos resulta mucho más difícil el asesinarlos en sangre fría. En poco tiempo, Deckard se enamora también de una mujer androide, con quien tiene un encuentro sexual y quien inmediatamente después lo traiciona, revelando que también él ha sido usado como herramienta por la compañía que la fabricó. Aún sabiendo de su traición, Deckard no encuentra la fuerza para matarla, así que la deja ir. 


Isidore por su parte termina convirtiéndose en anfitrión de dos androides más quienes se instalan con él. Entre androides se revela que existe una unión casi empática; lamentan la muerte del otro, pueden amar y sentir tristeza. Sin embargo, el grupo de androides acogido por Isidore, comienza rápidamente a tratarlo como su inferior, una vez más se ve excluido y reducido a menos por otros, se revela que los mismos androides también poseen una crueldad innata.


El enfrentamiento final se da cuando Deckard finalmente arriva al edificio de Isidore y da muerte a los tres replicantes restantes, es un trabajo rápido, eficiente, sin embargo, él se siente vacío. Su mundo ha sido volteado de cabeza en un sólo día, sus principios olvidados, su orgullo destruído. El personaje se encuentra sólo en una realidad incomprensible, víctima y verdugo, una herramienta más en un mecanismo que no le sirve a él y lo puede desechar con la misma facilidad con la que lo tomó. Una crisis de identidad donde él se encuentra alienado, incapaz de romper las cadenas que lo mantienen en ese lugar, ese espacio. De manera simbólica, es en esos momentos donde la religión del Mercerismo, seguida por todos los humanos de la tierra es demostrada fraudulenta. La empatía pregonada no era más que una construcción artificial, generada para mantener un estado donde las cosas ocurren sin cuestionamientos ni oposición. Deckard, sin rumbo, se ve obligado a emprender un viaje espiritual en búsqueda de la catarsis, pues le es imposible existir en este nuevo mundo de contradicciones. Vuelve a casa derrotado, carente de respuestas reales y cargando un sapo, que para decepción suya termina resultando mecánico.


La idea de humanidad en la novela es algo en extremo maleable. Mientras que los personajes androides están guiados por ambiciones personales; la búsqueda de la libertad y la auto preservación, los personajes humanos viven en un ciclo inescapable de hedonismo y depresión, siendo conducidos por la televisión, la religión y el consumismo, buscando adquirir objetos -o animales, los cuales son extremadamente objetificados- para poder llenar un vacío que simplemente nunca puede ser ocupado. La empatía, aquello que en teoría diferencía a un humano de un androide, resulta ser poco más que una convención social, manipulada para ventaja de unos. Individuos como Deckard convertidos en poco más que esclavos subsirvientes, dependientes de hipnosis emocional y saturación mediática para llenar sus días. El rol de Iran, la esposa de Deckard, es particularmente importante en para entender la sociedad descrita por Dick, pues su única presencia es como un elemento más del departamento que comparten, pasando sus días sintonizando una frecuencia hipnótica que le induce a la depresión para escapar de la monotonía de pasar sus días bajo otras frecuencias que la motiven a ver la televisión aún cuando no hay nada interesante en ella; dado que Iran Deckard no es una persona útil para el estado, éste la mantiene guardada y sin autonomía de ningún tipo.


Es interesante ver los paralelos que la novela dibuja con la realidad. Aún teniendo casi 60 años desde su publicación, la idea del sistema policiaco como brazo represor y ejecutor de la voluntad del estado sigue siendo algo presente en nuestro cotidiano. La brutalidad policiaca está exhibida en cantidades históricas a nivel global, dejando cada vez más evidente su rol como defensor del estado y la propiedad privada más que como organismo protector del pueblo. El mismo Deckard no es más que un individuo que ejerce la violencia con permiso del estado, manipulado para no sentir empatía hacia aquellos a los que ejecuta, pues es una acción considerada moral por la sociedad. Los androides generan un paralelo bastante directo con las distintas minorías perseguidas y violentadas sistemáticamente por el estado; gente Indígena, Negra, LGBT, políticamente opuestos y otras comunidades vulneradas que han sufrido un sinfín de agresiones históricas. La violencia estatal se normaliza, hasta lograr la aceptación del público mismo, razón por la cual los androides con considerados infrahumanos, peligrosos y merecedores de violencia. Aún así, el ciudadano común desconoce por lo general la forma en que la policía trata a éstos seres. En la actualidad, éste tipo de violencia es cada vez más visible, en parte gracias a la descentralización de los medios por los cuales la información es curada y transmitida. Los medios informativos, sin embargo, siguen siendo una de las herramientas propagandísticas más fuertes a la disposición del estado; en la ficción tenemos la televisión, que da entretenimiento comédico de 24 horas, los 7 días de la semana, por otra parte está la consola empática, aparato de realidad virtual mediante el cual es posible la comulgación para los seguidores del Mercerismo.


El final de la novela no es uno de esperanza ó de reconciliación. Deckard regresa a casa completamente desgastado de manera física, emocional, moral y existencial. Sus logros no representan fuente de orgullo, el dinero de las recompensas gastados en una cabra, la cual termina siendo asesinada por la androide que lo traicionó. Aún muerta tendrá que seguirla pagando. Su religión no es más que una farsa, el mundo en el que existe y que le otorgaba significado a su existencia otra farsa, el mismo sapo que encontró y representó una última esperanza de validación, resulta ser un cruel símil, un ser artificial como muchos otros que atormentan su conciencia. Finalmente Deckard empatiza con su esposa, por primera vez en el libro entiende la depresión tan fuerte que la inunda. Se acuesta en la cama con intenciones de dormir todo el día.


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